Himno a la Patria

miércoles, 17 de mayo de 2017

VERSAINOGRAMA A SANTO DOMINGO (Pablo Neruda)

El que sigue es un poema que se explica por sí solo, una muestra de la solidaridad que debe primar entre los ciudadanos del mundo, expresada ante la invasión armada de que fuera objeto la República Dominicana en el 1965.

Perdonen si les digo unas locuras,
en esta dulce tarde de febrero,
y si se va mi corazón cantando,
hacia Santo Domingo, compañeros.
Vamos a recordar lo que ha pasado allí,
desde que don Cristóbal, el marinero,
puso los pies y descubrió la isla,
¡ay mejor no la hubiera descubierto!
porque ha sufrido tanto desde entonces,
que parece que el diablo y no Jesús,
se entendió con Colón en ese aspecto.
Esos conquistadores españoles,
que llegaron desde España, por supuesto,
buscaban oro y lo buscaron tanto,
como si les sirviese de alimento.
Enarbolando a Cristo con su cruz,
los garrotazos fueron argumentos,
tan poderosos que los indios vivos,
se convirtieron en cristianos muertos.
Aunque hace siglos de esta historia amarga,
por amarga y por vieja se la cuento,
porque las cosas no se aclaran nunca,
con el olvido ni con el silencio.
Y hay tanta inquietud sin comentario,
en la América hirsuta que me dieron,
que si hasta los poetas nos callamos,
no hablan los otros porque tienen miedo.
Ya se sabe en un día declaramos,
la independencia azul de nuestros pueblos,
una por una, América Latina,
se desgranó como un racimo negro,
de nacionalidades diminutas,
con mucha facha y con poco dinero.
( Andamos con orgullo y sin zapatos,
y nos creemos todos caballeros)
Cuando tuvimos pantalones largos,
nos escogimos pésimos gobiernos,
(rivalizamos mucho en este asunto,
Santo Domingo se sacó los premios).
En esta variedad un tanto triste,
tuvieron a Trujillo sempiterno,
que gracias a un balazo se enfermó,
después de cuarenta años de gobierno.
Podríamos decir de este Trujillo,
(a juzgar por las cosas que sabemos),
que fue el hombre más malo de este mundo,
(si no existiese Jhonson, por supuesto),
se sabrá quién ha sido más malvado),
cuando los dos estén en el infierno),
Cuando murió Trujillo respiró,
aquella pobre patria de tormentos,
y en un escalofrío de esperanzas,
subió la luna sobre el sufrimiento.
Corre por los caminos la noticia:
Santo Domingo sale del infierno,
por fin elige un presidente puro:
es Juan Bosch que regresa del destierro,
pero no les conviene un hombre honrado
ni a los gorilas ni a los usureros.
Decretaron un golpe en Nueva York,
le echan abajo con cualquier pretexto,
lo destierran con su constitución,
instalan a cualquier sepulturero,
en el tronco del mando y del castigo,
y los verdugos vuelven a sus puestos .
“La democracia representativa,
ha sido restaurada en este pueblo”
dijo El Mercurio en su “editorial” escrito,
en la Embajada que sabemos.
Pero esta vez las cosas no marcharon,
de un modo interesado aunque severo,
a norteamericanos y gorilas,
les salieron los tornillos en el queso,
y con voz de fusibles en la calle,
Salió a cantar el corazón del pueblo.
Santo Domingo con su pueblo armado ,
borró la imposición de los violentos:
tomó ciudades, campos y en el puente,
con el pecho desnudo y descubierto,
aplastó tanques, desafió cañones.
Y corría impetuoso como el viento,
hacia la libertad y la victoria,
cuando el tejano Jhonson, el funesto,
con la sangre de muchos en las manos,
hizo desembarcar los marineros.
Cuarenta y cinco mil hijos de perra,
bajaron con sus armas y sus cuentos,
con ametralladoras y napalm,
con objetivos claros y concretos:
“Poner en libertad a los ladrones,
Y a los demás hay que meterlos presos”.
Y allí están disparando cada día,
contra dominicanos indefensos.
Como en Vietnam el asesino es fuerte,
pero a la larga vencerán los pueblos.
La moraleja de este cuento amargo,
se las voy a decir en un momento,
(no se lo vayan a contar a nadie:
soy pacifista por fuera y por dentro!) :
Ahí va:
Me gusta en Nueva York el yanqui vivo
y sus lindas muchachas, por supuesto,
pero en Santo Domingo y en Vietnam,
prefiero norteamericanos muertos.
(“Versainas de protesta por el desembarco de marines en Santo Domingo, publicadas en hojas sueltas en Valparaíso y en Santiago de Chile, 1966”)

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