En esta asamblea los oradores negaron que los obreros tuviesen culpas en las
presuntas pérdidas económicas del central azucarero, ante decenas de
mujeres y niños que se arremolinaron solidarios en torno al recinto, gritando
hasta el cansancio: “¡Que no se cierre el ingenio porque moriremos de
hambre!”.
Sin embargo, ese gran esfuerzo no bastaría para retrasar la aplicación de la
desagradable disposición del CEA, cuyo objetivo final era consumar la orden
del Triunvirato con la privatización de ese central azucarero. Era una decisión
irreversible del poder político que no se frenaría pese a que en los medios de
prensa se multiplicaba la voz de la ciudadanía exigiendo su revisión y
postergación.
De ahí que el gobierno se mantuviera inmutable y soslayara el insistente
reclamo público y el impacto de la grandiosa movilización de masas realizada
en las inmediaciones de la empresa el martes 5 de enero de 1965, en protesta
por el traslado de algunas de sus maquinarias hacia la región Este del país,
para ser usadas en otras dependencias del CEA.
Pero dice un antiguo refrán que: “No hay mal que dure cien años ni cuerpo que
lo resista”, y esta sentencia popular cobraría vigencia la tarde del 24 de abril de
1965, al caer el régimen de facto a consecuencia del alzamiento iniciado por un
grupo de jóvenes oficiales del ejército dominicano liderado por el capitán Mario
Peña Taveras, con la participación de jóvenes imberteños como Arismendy
Aguedito Ulloa, Miguel Dorrejo y Ubaldo Brito Domínguez, que se desplazaron
hasta Santo Domingo para integrarse a los comandos constitucionalistas y
defender con fervor patrio la independencia nacional.
La acción bélica generó una pausa obligada de la demanda reivindicativa
sindical, porque era prioridad en ese momento la resistencia popular inspirada
en el pensamiento de Duarte y la lucha contra la invasión extranjera. Pero
cuando retornó la paz, con la firma del “Acta de Reconciliación” y la
instauración del gobierno provisional del doctor Héctor Rafael García-Godoy, se
reanudó el activismo obrero, tomando un súbito brío la protesta de los
trabajadores contra el cierre del ingenio Amistad.
Ese movimiento fue impulsado por un desagradable espectáculo presenciado
por los moradores del pueblo en los primeros días del nuevo gobierno. Era la
deprimente visión del transporte continuo en camiones del CEA de las varas de
caña cortadas en sus cañaverales, que -desde la sección de Pérez-, eran
llevadas a moler hasta los ingenios azucareros situados en los municipios de
Esperanza y Montellano.
Aquel panorama irritante motivó a los líderes del sindicato a tocar las puertas
de los funcionarios progresistas designados por García-Godoy, con la
esperanza de que fuesen receptivos a sus reclamos reivindicativos.
El CEA tenía como nuevo director ejecutivo al ingeniero Jean Santoni, experto
azucarero, quien estaba acompañado de dos jóvenes profesionales con una
sólida formación técnico-profesional y que tenían -por demás- la ventaja de
conocer la problemática social del país por ser altos e influyentes dirigentes del
partido blanco. Nos referimos al licenciado Jacobo Majluta Azar, gerente
financiero y al doctor Manuel Emilio Ledesma Pérez, gerente de relaciones
industriales, quienes junto al gerente de producción del emporio azucarero,
José A. González, se interesaron en conocer y escudriñar a fondo la realidad
del ingenio Amistad.
Estos acordaron con los voceros de los trabajadores, Dionisio Severino y
Diógenes Artemio Cabrera, consultar al Instituto de Desarrollo y Crédito
Cooperativo (IDECOOP) en torno a una carta que le enviara el sindicato
obrero, redactada por el técnico electricista Vicente Martínez, requiriendo su
opinión sobre la factibilidad de convertir el central azucarero en una cooperativa
obrera que tuviese la capacidad de ejecutar en un período de 150 días de
molienda el procesamiento de unas 60 mil toneladas largas de caña, para
producir alrededor de seis mil toneladas cortas de azúcar.
En esa actividad se encontraban cuando el 20 de enero de 1966, unos 250
obreros procedentes del municipio de Imbert viajaron a la ciudad de Santo
Domingo y se introdujeron en las oficinas administrativas del CEA, en el
Centro de los Héroe, para dar inicio una huelga de hambre que duraría tres
días, exigiendo la reapertura del ingenio.
Estaban ahí, entre otros, los
hermanos Máximo y Juan Ventura Cruz, los también hermanos Virgilio y Pedro
Antonio Cruz Rosa; Antonio Cabrera, Mateo Sención, Ramón Rosa, Candelario
Díaz, Abelardo Esquea, Saturnino Cruz, Cesáreo Medina, Bienvenido Morfe,
Raúl Díaz, Bonifacio Sención, Alejandro A. Trejo y Jorge Martínez, Jesús María
Roa, Antonio Medina, Bienvenido Durán, Rosendo García, Ramón Silverio,
Felipe Morfe y José Martínez.
Estos obreros recibieron un efusivo respaldo de la poderosa central sindical
FOUPSA-CESITRADO y de POASI, por medio de sus principales dirigentes
Miguel Soto, Emilio Morel y Pedro Julio Evangelista, que se constituyeron en
voceros de sus peticiones.
A través del ministro sin cartera, doctor Fidel Méndez Núñez, el gobierno del
doctor García Godoy valoró sus demandas y un mes más tarde, exactamente
el 22 de febrero de 1966, ordenó reabrir el ingenio que había permanecido
paralizado durante quince meses. Su reapertura oficial se llevó a efecto durante
un acto donde hubo muchas lágrimas y risas, celebrado el 18 de abril de 1966,
encabezado por Majluta Azar, Ledesma Pérez y José A. González, quienes
posesionaron al nuevo administrador, agrónomo José Rodríguez Carrasco,
quien sustituyó al fenecido Francisco Alcántara.
Dicho acto se inició con una misa mañanera, oficiada por el cura párroco Benito
Taveras en la iglesia Nuestra Señora de Las Mercedes en el municipio de
Imbert y prosiguió con un almuerzo masivo en la residencia del administrador,
donde se brindó chivo guisado, cerdo asado y diversas bebidas.
En presencia del gobernador de la provincia de Puerto Plata, Mario Estrada y
de los principales ejecutivos del CEA, el nuevo administrador habló para
resaltar que “hoy hemos visto convertido en realidad el esfuerzo de los
trabajadores del ingenio Amistad para ganar el sustento de sus familias”.
Asegurando que éste tendría un período de prueba de siete meses y utilizaría
en principio unos 400 obreros en cuatro tandas diarias de seis horas para echar
hacia adelante el proyecto de apertura, ya que el éxito de dicha prueba
dependería del trabajo constante de los obreros.
Igualmente indicó que los planes de operación de la empresa fueron aprobados
por el CEA, después de haber sido coordinados con dirigentes sindicales de la
Federación Nacional de Trabajadores de la Caña de Azúcar (FENTRACA) y
con las organizaciones laborales que habían venido luchando por la reapertura
del ingenio.
Al lado del administrador estaban los nuevos funcionarios del ingenio, que
eran: Arcadio Luciano, jefe de campo; Ramón Antonio Lamarche, auditor y jefe
de oficinas; Juan Nurse, jefe de factoría; César González, jefe de mecánica
industrial; José Arturo Francisco Díaz (Pepito), asistente y luego encargado de
esa área; Vicente Martínez, jefe de electricidad; William Luciano, jefe de
mecánica automotriz; Aquiles Reyes, jefe de producción; Gricelio Ramírez,
encargado de Almacén; y Félix Manasés Toribio, pesador.
También ocupaban un rol principal, Apolinar Martínez (Polin), Chichi Polo,
Pedro Jiménez, Nenín Folch, Pachoso Oliver, Evaristo Cruz, Zacarías de Luna,
Porfirio Bonilla, Chico -Mecedora López, Bruno Cruz, Antonio Morales y Tilo
Gómez.
Carrasco saneó el ingenio y lo puso en excelente perspectiva de progreso,
aunque su gestión fue muy breve, ya que en 1967 -estando en el poder el
doctor Joaquín Balaguer- fue incorporado como agrónomo a la dirección de
fomento y cultivo del sisal en Pueblo Viejo de Azua y su puesto fue ocupado
por el agrónomo Eduardo -Tokio- Santini Peraza, quien desarrollaría una larga
y provechosa gestión hasta 1978, logrando consolidar la empresa y acrecentar
su prestigio personal; pues estaba calificado de excelente gestor de la industria
azucarera y con mucha frecuencia era consultado por otros ejecutivos del
consorcio estatal y de la Casa Vicini, donde tiempo después dirigiría una de sus
productivas empresas azucareras.
Este buen ejecutivo descollaría por su movimiento continuo alrededor de las
plantaciones de caña, en una labor de inspección diaria que realizaba montado
en un jeep Land Rover, vestido siempre con camisas y pantalones de color
caqui y portando en su cabeza un vistoso sombrero de vaquero que acentuaba
su perfil de gran señor y dirigente incansable.
Santini contaba con un gran equipo de agrónomos, técnicos agrícolas,
mecánicos y oficinistas, entre los que se encontraban Henry Fontanillas, Toñito
Tejada (adquirido de la casa Brugal), Juan Nurse, Manuel Álvarez (Chiloto);
Mauricio Reyes, Joaquín Trejo, Aníbal Petronio Cabrera, Pedro Jiménez,
Zacarías de Luna, José Orlando Sánchez, Miguel Trejo y Francisco del Pilar
Sánchez (Ventura).
El ingenio contribuyó en ese tiempo a la formación técnica de muchos jóvenes
que pasaron por sus talleres para aprender oficios de mecánica, electricidad,
fresas y tornos, como Tati Mercado, Diógenes Martínez, Rafael Rumaldo,
Avispa la Hoz, Rafuche Guzmán, Dany Henríquez, Rafael Liranzo (Papitón),
César González, Félix Aquino Henríquez, Juan Tomas Díaz, Tony Morales
Collado, Miguel Polanco, Luis Tomas Alcántara, Andrés Parra, Güicho Santos,
Jiminián y Pedrito el inglés.