Digitelpress, redacción Europa en español, 26 de enero de
2015
El doctor Leonel Fernández acaba de
hacer, si es exacta la reseña periodística de un acto de proselitismo en el que
fungió como orador principal, la mejor apología reivindicatoria que se le ha
hecho al doctor Joaquín Balaguer como político y estadista desde fuera de su ya
decrépita capilla partidista: l e otorgó pasaporte de validez a la célebre
expresión de éste en el sentido de que el país que le entregaba a aquel en 1996
era “como un avión listo para despegar”.
En la misma dirección conceptual, el ex mandatario, obviando seguramente
adrede cualquier otro costado de las gestiones gubernativas reformistas,
enfatizó que el caudillo de Navarrete “hizo extraordinarios aportes al
desarrollo y el progreso de la nación, principalmente con la construcción de
importantes obras de infraestructura”, y que “la nueva generación, representada
por el PLD, hizo realidad lo dicho por Balaguer, al triplicar el Producto
Interno Bruto (PIB) de la nación, generando así un hecho sin precedentes en la
historia del país”.
(Es probable que alguien responda a lo afirmado en el primer párrafo de
estas notas invocando el desvarío congresual de 2003 que erigió a Balaguer en
“Padre de la Democracia”, pero los alcances de este conato de reivindicación
-contenido como ripio de una pieza votada y promulgada por sus antiguos
adversarios perredeístas en un arrebato de politiquería reeleccionista, pero
que aún hoy se asimila como una tomadura de pelo- no guarda ningún parecido con
el de Fernández: éste entraña mucho más que un mero intento de borrar de un
lenguetazo -que no de un plumazo- todo el tramo de la historia dominicana que
comienza en 1966 y termina en 1996).
Como si dijéramos: Balaguer, con sus fructíferas y p aradigmáticas
ejecutorias (o “extraordinarios aportes al desarrollo y el progreso de la
nación”) sentó las bases de la prosperidad y el bienestar de los dominicanos, y
los gobiernos del PLD, en calidad de herederos de éste (los peledeístas, según
parece insinuar Fernández, constituyen hoy “la nueva generación” del
balaguerismo) han convertido esta media isla en un verdadero paraíso terrenal…
En consecuencia, a reformistas y peledeístas (unos balagueristas de ayer y
otros de hoy) les debemos la sociedad idílica (inclusiva, con instituciones
ejemplares, educada y civilista, absolutamente incorrupta, sin pobres, libre de
delincuencia, con una salud pública envidiable, exenta de apagones, justa,
solidaria, etcétera, etcétera) en la que vivimos…. (¡Aleluya! ¡Aleluya!
¡Aleluya!).
(Insistamos, como qu iera: se puede decir cualquier cosa en defensa de
Balaguer -inclusive sin importar que sea con el fin de buscar justificación
para las acciones propias que antes se abominaban-, pero la Historia siempre
presenta un problema insoluble para cuneros, conversos y tránsfugas del
pensamiento y la actuación políticos: está escrita, y si bien puede ser objeto
de ocultamientos, tergiversaciones y hasta tachaduras parciales, no se puede
borrar: permanece intacta y disponible en textos y archivos para todo aquel que
desee saber lo que realmente ocurrió… Claro -excúsenme de nuevo-, si es que
interesa).
Ahora bien, ¿todo eso que afirma el Fernández responde a la verdad? ¿Las
administraciones de Balaguer pueden ser consideradas simple y llanamente
bienhechoras para la sociedad dominicana en general? ¿No tien en esas
administraciones grandes nubarrones y sombras que litigan con sus luces? ¿Le
entregó Balaguer a Fernández un país al que sólo había que hacerlo “despegar” y
virtualmente ponerle el “piloto automático”? ¿La democracia dominicana tiene la
“extraordinaria” deuda de gratitud con el líder reformista que le
“reconocieron” los legisladores dominicanos como contrabando político y que
ahora proclama el presidente del PLD como verdad histórica?
En términos estrictamente prácticos la respuesta en principio no parece
muy grata para los alegatos de Fernández: si todo eso es cierto (es decir, si
Balaguer fue una “chulería” como gobernante y dejó en 1996 un Estado sano, una
economía en buena marcha y una sociedad sin mayores dificultades), entonces el
gobierno que él encabezó entre 1996 y 2000 fue un estrepitoso fracaso, pues en
este período no sólo se deprimieron todos los indicadores económicos
fundamentales de la nación (hasta el punto de que la deuda pública interna se
quintuplicó, las arcas del Banco Central quedaron exhaustas y los peledeístas
en el poder fueron estigmatizados como “comesolos” y corruptos) sino que
reprobó la evaluación popular: el PLD fue contundentemente derrotado en las
elecciones del último año.
(No ignoro los argumentos a contrario en el sentido apuntado: en aquel
primer gobierno del doctor Fernández se acometieron reformas políticas, hubo
“estabilidad macroeconómica” y todavía el grueso de los balagueristas del PRSC
no habían oficiado su conversión en peledeístas… Los alegatos pudieran ser
admisibles o no, pero los hechos son los hechos: los dominicanos estuvier on
tan frustrados con esa administración que el PRD aplastó al PLD en las
elecciones de 1998 con un 51.34% contra el 30.38% de los sufragios, en las de
2000 con 49.87 frente a 24.94 y en las de 2002 con 42.41 versus 28.81, y
probablemente lo hubiera hecho también en 2004 si no se le atraviesa en el
camino la hidra de siete cabezas de Baninter… ¿Moraleja? O el líder reformista
no dejó el país como dijo, o el líder peledeísta hizo un tollo de gobierno…
Escoja usted lo que mejor le acomode).
La verdad histórica, de todos modos, dista bastante de lo que sostiene
Fernández: el pensamiento polìtico de Balaguer fue en términos filosóficos, por
así decirlo, una “ideología de la transición”, y no sólo debido a que se
perfiló entre la agonía de la dictadura de Trujillo y el nacimiento de la
democracia si no también -y fundamentalmente- porque a la postre implicó -tanto
en sus tendencias conceptuales como en sus aspectos operativos- un virtual
maridaje de la racionalidad de la primera con la de la segunda… Esto le
permitió gobernar como un déspota ilustrado entre 1966 y 1978, y como un
demócrata de postín entre 1986 y 1996.
(No debe confundirse el concepto de ideología con el de doctrina: donde
quiera que haya un conjunto mas o menos organizado de creencias o ideas -aunque
sean instintivas o primitivas- hay una ideología, pero para que ésta alcance la
estatura de la doctrina requiere un cierto nivel de elaboración y
sistematización conceptuales, es decir, convertirse en un cuerpo de concepciones
basadas en reflexiones y razonamientos organizados e intelectualmente leíbles y
“trabajables”… Todos tenemos una o varias ideologías, pero no todos abrazamos
una doctrina).
Acaso por ello, la visión balaguerista de la política y el Estado, a
diferencia de lo que creen prosélitos y adversarios, se encuentra más a tono
con los preceptos de Azorín que con los de Maquiavelo -incluyendo las
nostalgias culturales humanísticas y los arrestos totalitarios-, y muchos de
sus reclamos de “sentido práctico” son simples ejercicios de politiquería en el
contexto de una estructura de ideas adscrita en buena parte a los dogmas del
conservadurismo y a los viejos criterios sobre el gobierno como “fuente
fundamental” de la autoridad social… No en vano Balaguer, en tanto animal
político, nació, vivió y murió en el centro o en las cercanías del poder.
El balaguerismo fue, en esencia, una ideología política que se quedó a
medio camino entre el despotismo y el liberalismo, y en tal virtud dio a la luz
gobiernos que en los decenios de los años sesenta, setenta y ochenta
desempeñaron con “éxito” en la República Dominicana el rol de “regímenes de
seguridad nacional” (pautado por los intereses estadounidenses en el marco de
la Guerra Fría) que en casi toda la América les correspondió a las dictaduras
militares, y en los decenios de los ochenta y los noventa asumieron la catadura
democrática que exigían la quiebra del modelo comunista y la racionalidad
política advenida tras la caída del muro de Berlin… Por eso, Balaguer afirmó en
la época que él no había cambiado “sino las circunstancias”.
Convencido de que esos asertos no son ajenos al entendimiento de todo el
que siguió aunque fuese desde las gradas la política continental de la segunda
mitad del siglo XX, las consideraciones de Fernández acerca de lo que ha
acontecido en el país en las dos últimas décadas me han martillado la sesera en
un sentido que podría ser imputado de nostálgico por quienes se afanan
actualmente en olvidar la historia reciente del país: al margen de lo que
opinen ahora los viejos dirigentes morados que tanto combatieron los gobiernos
de Balaguer, puedo asegurar sin temor a equivocarme que el profesor Juan Bosch,
donde quiera que se encuentre, debe estar echando chispas ante semejantes
aseveraciones de su discípulo predilecto.
La razón de ello es simple: el boschismo (con sus diversos matices y
representaciones directas o indirectas, pero siempre a partir de una
cosmovisión basada en el humanismo liberal y enfilado hacia el bien común) y el
balaguerismo (con sus múltiples perfiles y encarnaciones directas o indirectas,
pero siempre desde una cosmovisión fundamentada en el individualismo
conservador y proyectado hacia la política de clientela) fueron las ideologías
nacionales dominantes en la sociedad dominicana desde el ajusticiamiento de
Rafael L. Trujillo hasta la formación del Frente Patriótico en 1966, y se
enfrentaron tanto en el plano de la ética y del pensamiento social como en el
terreno de la política y de la lucha electoral. Muy escasos ciudadanos no
estuvieron involucrados de alguna manera en ese enfrentamiento.
Desde lue go, el balaguerismo definitivamente ha triunfado en la sociedad
dominicana sobre el boschismo y las restantes ideologías del periodo histórico
citado (asumido como de democracia, pero aún con elementales tareas
pendientes), y esa victoria parece más relacionada con su propio “realismo” o
“pragmatismo” frente al manejo del Estado que con sus méritos como sustento de
una proyecto nacional verdaderamente inclusivo, bienhechor y liberador:
organizado política y conceptualmente alrededor del conservadurismo, a la
postre, sin embargo, sedujo hasta a sus más enconados adversarios liberales con
base en la concesión de los privilegios (léase: las mieles del poder, el
progreso individual o la satisfacción de ciertas frivolidades y vanidades de la
vida material) que exaltan y satisfacen a la voluble e impresionable naturaleza
humana.
En bastantes sentidos, pues, el balaguerismo como ideología ha resultado
históricamente redimido en un proceso que se inició cuando el PLD puso la
historia dominicana patas arriba al pactar en 1996 con el PRSC, pero que luego
involucró también al PRD: ya no se consideran cuestionables -por ejemplo- sus
aberraciones trujillistas, su manejo errático de los problemas nacionales, sus
crímenes de Estado, sus funcionarios civiles y militares abusadores y
corruptos, o su proclividad a la represión y a la yugulación de la libertad…
Ahora se asimilan como parte de la “política real” (no importa lo justo sino lo
conveniente) y se exhiben como muestras del “genio” y la “habilidad” de
Balaguer… Por supuesto, no huelga recordar, sin mala fe alguna, que esas mismas
consideraciones son aplicables (de cara a sus particulares “circunstancias” y
“conveniencias”) a Hitler, Stalin, Somoza, Idi Amín Dada, los terroristas del
Estado Islámico o al mismísimo señor Luzbe l.
La pregunta, finalmente, se cae de la mata: ¿es que el doctor Fernández,
a plena conciencia, ha decidido erigirse en el reivindicador histórico del balaguerismo?
Cuesta creerlo, a no dudar, pues si es cierto que la vuelta de tuerca en la
ideología y el “uso” del poder se puede “entender” a la luz de los “nuevos
tiempos”, es imposible obviar que hasta la consigna “Ni robó ni mató” (sin
necesidad de darle ninguna interpretación) sonaba más a acusación contra el
jefe reformista que a promoción del líder peledeísta… Y como ese mismo doctor
Fernández la repitió, explicó y justificó tanto en su momento, aún hay, valga
la insistencia, algún derecho al escepticismo: ¿es convicción nueva o es
demagogia de la vieja? Más puntos suspensivos…
lrdecampsr@hotmail.com