Por Víctor Elías Alquino
Jeremiah de Saint-Amour, personaje de la novela “El Amor en Tiempos de Cólera”, creación de Gabriel Garcìa Màrquez, a la sazón, premio Nobel de Literatura 1982, relata en su famosa novela obra que, Jeremiah acabó con su vida con un sahumerio de cianuro porque no quería envejecer.
Precisamente, leyendo la genialidad del inolvidable escritor colombiano es que recordé que entré en contacto con el doble de Jeremía de Saint-Amour: “Mi papá”, El Toro Aquino”, que solo llegó al octavo curso, pero dio cátedras gratuitas de manejar las matemáticos a varios profesionales en forma gratuita.
Nunca, nunca, nunca lo vi ojear, ni leer un libro…únicamente los periódicos y; desde que tuvo conciencia, repitió una frase hasta que se murió, él decía, “cuando yo me vaya a morir no voy a molestar a nadie, “-Tup y me Morí-“.
Esta frase, solo aparecía en sus labios, cuando estaba bañado de alegría y bebiendo alcohol, porque era un bebedor consumado, decía hasta la saciedad, “Yo no voy a ser viejo nunca”…
De Saint-Amour, fue fruto de la creatividad, y vive en los millones de seguidores de los relatos de García Márquez; el otro, mi papá, claro está que, todavía gravita en el recuerdo de hijos, nietos y sobrinos; entre otros.
Mi papá, fue un personaje de carne y hueso, de luces y sombras, bañado cientos de veces por las aguas y el astro sol; inclemencias del tiempo que disfrutó mientras cumplía su misión como topógrafo, dedicado a los estudios de construcción de carreteras en todo el país.
Más de 40 años hace que falleció y todavía recuerdo la oscuridad de su piel, a causa de los rayos solares y a otras inclemencias del tiempo cruzando montes, ríos y montañas, parecía no cansarse nunca, nunca, nunca…
Realizaba su trabajo provisto de un aparato denominado “Tránsito”, instrumento topográfico para medir ángulos verticales y horizontales, y la fijación de puntos estratégicos.
En su trajinar, parecía que hablaba en silencio, y que dialogaba con las estrellas del cinturón de la constelación Orión y con la luna
El primer personaje nació con cartas marcadas, vivió los días signados por el autor, tenía el signo de la desdicha y del placer en el juego de ajedrez, acabó su vida luego de haber estado con su amante. Contaba con 60 años cumplidos, relata García Màrquez.
El otro, un hijo más de la tierra más linda (Bonao), nombre de un bravo cacique, que da nombre al municipio cabecera de la provincia Monseñor Nouel, en República Dominicana.
De esas tierras de ensueño, fluye en forma especial buena parte del arroz que se consume en el país, alimenta el cuerpo y da tranquilidad y hasta alegra la vida cuando se tiene hambre.
Aquino, se hizo hombre midiendo terrenos desolados en medio de avispas casi del tamaño de cucarachas y ratones tan grandes como conejos y que hacen sonidos para amedrentar a visitantes inoportunos.
Entre sus hijos se hizo famosa la frase, “tup y me morí”, de tanto que la repitió. Nunca peinó canas, y no es que andaba desaliñado, “No, es que nunca las tuvo”. Las canas que viò fueron las de Ramona, mi madre que usabai, Fancifull para embellecer y darles un tono grisáceo, que la distinguió, al final de sus días en esta tierra de luces y de sombras canas.
Dos días antes de fallecer, Aquino había estado trabajando en Nagua, situado en la provincia María Trinidad Sánchez, pueblo que se hizo famoso por un letrero a la entrada que decía, “entra si quiere sal y puedes”. Y Así fue entró al pueblo un día de 1974, y apenas salió vivo, y no pudo contarlo.
Llegó un sábado en la tarde, de otoño, con los últimos rayos solariegos de la tarde serena y fresca, del mes de octubre, se desmontó de un carro pescuezo largo de la Línea Duarte, y dijo en la puerta a mi madre, “ Moni, toy malo””. Fue un tiempo en familia, el último tiempo.
Todavía recuerdo su ternura, cuando venía del campo, nos abrazaba y nos daba a cada uno un beso en la frente, el beso más hermoso .Tenía 52 años, repito, no tenía perlas en su cabeza, finos y ennegrecidos adornaban su rostro quemado por el astro sol.
Una vida loca, se enfrentó con un hígado que no estaba listo para recibir tanto alcohol, fumó cigarrillos desde los 12 años, que lo acompañaron por travesías, cuentos y cantos, bailes y velorios, montes y valles; de ternuras, tristezas y placer en la carretera que es la vida. Murió como dijo, “tup y me morí”.
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