Por: Ángel Ruiz-Bazán
El odio es una de las emociones más intensas y devastadoras que puede experimentar el ser humano. A diferencia de la ira, que suele ser momentánea y responde a una ofensa puntual, el odio se arraiga en lo profundo del ser, envenenando poco a poco la razón, el alma y el cuerpo. Nace del resentimiento, de la frustración, del miedo a lo distinto o del dolor no resuelto que, con el tiempo, se transforma en una fuerza destructiva. Entender su origen y sus efectos es esencial para no sucumbir ante su poder y para reencontrar el equilibrio emocional y moral que toda persona necesita para vivir en armonía.
El origen del odio: heridas del alma y miedo a lo diferente
El odio no surge de la nada; se gesta en las profundidades del ser humano cuando se siente amenazado, traicionado o humillado. En muchos casos, tiene raíces en la inseguridad personal o en la incapacidad de gestionar emociones complejas como la envidia o el rechazo. Desde una mirada psicológica, odiar es una forma de autodefensa: un intento inconsciente de protegernos del dolor que no podemos asumir.
A nivel social, el odio también es una construcción colectiva. Se alimenta del prejuicio, y del fanatismo, del adoctrinamiento y de la manipulación emocional. Se odia al que no piensa igual, al que pertenece a otra cultura, al que sobresale o, incluso, al que refleja nuestras propias carencias. Es, en definitiva, una proyección del miedo a lo que no comprendemos o de lo que no aceptamos en nosotros mismos.
Hacia dónde nos arrastra el odio
El odio, aunque parezca una fuerza que da poder, en realidad nos consume. Nos arrebata la serenidad, distorsiona la percepción de la realidad y nos encierra en una espiral de violencia y sufrimiento. Una persona que odia vive encadenada a su propio tormento, reviviendo constantemente la herida que dio origen a su odio.

No hay comentarios:
Publicar un comentario