(Elí, Elí, ¿lama sabactani?), “¿Dios Mío, ¿Dios mío, por qué me has desamparado”? Estas palabras pronunciadas por David, y escritas en el Salmo 22: 1 en La Biblia fueron expresadas como “un grito / canto de angustia / alabanza a Jehová”, y, conforme los estudiosos teológicos, esto ocurrió unos mil años antes del nacimiento de Cristo, en Belén de Judea.

El cuadro de tristeza cierra el primer verso con o una segunda pregunta: ¿por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?
Jesús, el hijo de Dios, creador del universo toma prestadas las palabras de quien era en ese momento futuro rey, y se puede ver al salvador del mundo en las profundidades del dolor humano y agonía indescriptibles para persona alguna de este planeta de luces y sombras.
Cada palabra pronunciada por el hijo de Dios, que se convierte en el cordero de la Fiesta de la Pascua, que recuerda la salida del pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto a la tierra prometida, una caminata de 40 años de sudores, lágrimas y muerte.

El padecimiento del cordero sin mancha y sin contaminación, el hijo de Dios, en “El Calvario”, es el mayor ejemplo de amor y entrega que haya ocurrido en toda la historia de la humanidad, que restauró la caída en el pecado del hombre y la mujer los primeros padres de la humanidad.

Pero, con la muerte de Cristo, el cordero sin mancha ni contaminación, “el que cree y lo acepta como señor y salvador se restaura la perfección y la vida en la gloria después de la muerte por los siglos de los siglos.

Como seres humanos, podemos ver como lo peor de la agonía de Cristo, al dolor físico, al ayuno, a los golpes, los ultrajes; pero esto no es nada comparado con la agonía espiritual que sobrepasa todo entendimiento en el momento en que “el padre se apartó de él”, y le retiró su mirada de amor.

Así la tristeza del mayor dolor sentido por ser humano alguno, se convirtió en triunfo, cuando resucitó al tercer día, para conceder la vida eterna después de la muerte a todo aquel que le confiesa como señor y salvador en esta tierra de tristezas, alegrías, pesares y dolor.

Charles Haddon Spurgeon (19 de junio de 1834-31de enero de 1892), pastor y teólogo bautista inglés, conocido como el príncipe de los predicadores, habla del terror de la cruz como símbolo de la vida con estas palabras: “Era necesario que sintiera la pérdida de la sonrisa de Su padre –porque los condenados en el infierno seguramente han probado la amargura-, por lo cual, el Padre cerró los ojos de Su amor, colocó la mano de justicia delante de Su sonrisa y dejó que Su hijo clamara estas amargas palabras”.