A Washington su guerra arancelaria iniciada hace una semana no le está saliendo como ellos esperaban. Es un supuesto giro proteccionista que intenta frenar el crecimiento de las economías globales y regresar la producción manufacturera a los Estados Unidos.

El impuesto conocido como arancel se coloca para proteger una industria determinada. Por ejemplo, si China produce un auto eléctrico en 9 mil 500 dólares y la industria norteamérica le cuesta 15 mil, entonces se le coloca al carro chino un impuesto de 5 mil 500 para equilibrar los precios y conseguir que en el mercado interno el vehículo yanqui pueda competir. Siempre con un tiempo muy limitado, durante el cual la industria tiene que encontrar una capacidad para competir sin la necesidad del impuesto.

Es decir, no es un sistema que opera con industria no existente. Por esa razón no funcionan para obligar a las industrias a retornar a Estados Unidos. Nadie logrará que el yanqui blanco vuelva a trabajar en una fábrica haciendo chancletas durante 8 horas. Y por mucho que eleven los impuestos no podrán competir con los países asiáticos .

Y para competir en el mundo tecnológico necesitan visar unos 15 mil ingenieros indus y chinos.

Washington lo sabe y por esa razón el presidente Donald Trump retrocedió y puso en pausa los aranceles por otros 90 días, aunque dice mantenerselo a China, de quien ha recibido una respuesta rápida y contundente.

El gobierno chino ha respondido con la misma moneda, logrando aprovechar los aranceles a su favor y saliendo y ganándose a Europa, Canadá y México como aliadas y como economias muy beneficiadas.

Washington parece tener tres caminos. Primero, adaptarse a la economía mundial liderada por China; segundo, jugar el satánico juego de wall street:¡Las incertidumbres! Y tercero, una espantosa guerra mundial que dejará al mundo como si todo fuera Gaza.