Soberanía, solidaridad y el llamado a la responsabilidad
Por : Alexander Olivence G.
El presidente del Consejo de Transición de Haití, Fritz Alphonse Jean, ha declarado recientemente que “los haitianos viven una situación muy triste en República Dominicana”. Sus palabras, aunque quizás bienintencionadas, ignoran una realidad ineludible: si los haitianos enfrentan dificultades aquí, ¿por qué no promover su retorno voluntario a su país? La respuesta lógica parece estar en manos de quienes, como Jean, lideran Haití, no en las de quienes hemos cargado por décadas con una crisis ajena.
La migración irregular: un desafío compartido
La migración irregular no es un fenómeno exclusivo de Haití. Miles de dominicanos indocumentados en Estados Unidos, Europa o Puerto Rico han enfrentado deportaciones, exclusiones y la dolorosa decisión de regresar cuando las leyes migratorias lo exigen. Esa es la norma en un mundo donde la soberanía nacional no es una opción, sino un derecho. República Dominicana, como nación responsable, ha implementado políticas para regularizar extranjeros, pero también tiene el deber de proteger sus fronteras. ¿Acaso no es lo que hacen todos los países?
Solidaridad dominicana: un esfuerzo históricamente ignorado
Decir que República Dominicana ha sido indiferente ante Haití es desconocer la historia. Desde el terremoto de 2010, cuando fuimos los primeros en enviar ayuda, hasta la apertura de hospitales y escuelas a ciudadanos haitianos, nuestro país ha actuado con humanidad. Hoy, miles de haitianos trabajan en sectores clave como la construcción y la agricultura, contribuyendo a la economía local, pero también beneficiándose de empleos que escasean en su tierra.
Sin embargo, la solidaridad tiene límites. La crisis política, económica y social de Haití es producto de décadas de corrupción, violencia y falta de institucionalidad. ¿Por qué entonces pretenden culparnos por las consecuencias de un colapso que no provocamos? No es justo exigir a la República Dominicana que asuma responsabilidades que corresponden, ante todo, a los líderes haitianos y a la comunidad internacional.
La paradoja de las críticas sin acciones
Sr. Jean, si realmente cree que sus compatriotas sufren aquí, ¿por qué no invierte esfuerzos en reconstruir Haití para recibirlos? Un país estable, con oportunidades y seguridad, sería el mejor incentivo para que su diáspora regrese. En lugar de apelar al victimismo, debería exigir a su clase política y a organismos internacionales que prioricen soluciones duraderas: elecciones transparentes, combate a las bandas criminales y proyectos de desarrollo económico.
Mientras tanto, República Dominicana seguirá cumpliendo con el derecho internacional y sus propias leyes. No cerramos las puertas a quienes entran legalmente, pero tampoco permitiremos que se cuestione nuestra soberanía. La migración ordenada es la única vía sostenible, como bien saben naciones como Estados Unidos o miembros de la Unión Europea, que exigen documentos y respeto a sus normas.
Soberanía no es egoísmo, es responsabilidad
Finalmente, Sr. Jean, la soberanía no es un capricho. Es el derecho de un pueblo a decidir quién ingresa a su territorio, bajo qué condiciones y por cuánto tiempo. República Dominicana no negociará ese principio, del mismo modo que Haití no toleraría injerencias en sus asuntos internos.
Hoy reiteramos nuestro compromiso con la cooperación regional, pero con claridad: la solución a la migración haitiana no está en relajar nuestras leyes, sino en reconstruir Haití. Ese es su desafío. Mientras tanto, seguiremos ayudando, pero sin cargar con culpas que no nos pertenecen.
El respeto es mutuo. Y la dignidad de un pueblo comienza cuando sus líderes asumen la responsabilidad de su destino. La solución, Sr. Jean, está en sus manos.
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